Wednesday, September 15, 2010


Cada vez me asalta con más fuerza un temor, y éste es que: cuanto más avanza uno en el conocimiento de las cosas, menos certezas se tienen sobre ellas y más perdido se encuentra uno frente a la realidad. Recuerdo que cuando era un adolescente, tenía un cúmulo de conocimientos que daba por certezas y que me hacían sentir listo para hablar del mundo, para describirlo y para actuar en él. Ahora que ha pasado casi una década de eso, me siento impotente, y cada vez más inseguro para dar una opinión, siempre en la valoración de todas las opiniones contrarias que podrían resultar ciertas. Siempre hablo bajo la esperanza de que mi palabra resuene con autoridad, y que ello la haga parecer como verdadera y sin embargo siempre bajo la interrogante interior de su certeza.

Sin embargo ahora tengo una certeza, y ésta es que el conocimiento no conlleva ningún tipo de iluminación o acercamiento a la verdad, y menos aun un camino a la felicidad. El conocimiento es como un gran túnel el cual invita al iniciado en sus misterios a seguir adentrándose, seducido por la luz que parece brillar al final del camino. Se piensa que la salida se encuentra cerca dado que hay una intensa luz que se alcanza a ver a la distancia, sin embargo, conforme el tiempo pasa uno se da cuenta que sin importar cuanto se avance uno jamás llega al otro extremo, que la luz sigue estando a la misma distancia que cuando se empezó a avanzar, y que en el momento de darse cuenta, se ha avanzado tanto que resulta imposible tomar el camino contrario y emprender al regreso.

Pienso pues que en estos días, si existe algún tipo de ética sobre lo que un hombre sabe en relación con lo que dice, se debe optar por el silencio. Sin embargo estos no son tiempos de ética, y la palabra siempre la toman a la menor oportunidad aquellos que están deseosos de obtener poder para sí, así que se vuelve inevitable el hablar, aun cuando existan tantas dudas interiores que le impulsan a uno a no hacerlo.